La tensión, las actitudes violentas e insultos entre los padres constituyen uno de los grandes problemas del fútbol modesto. Y es que, a pesar de las fechas, el pasado Domingo de Ramos volvía a darse un nuevo episodio de peleas en un partido, llegando a contar con la intervención de la Guardia Civil. Esta vez entre equipos de niños de 13 y 14 años. Situaciones que no dejan de ocurrir, atormentando cada fin de semana al fútbol base.
Uno de los deportes más populares y practicados por la población española es el fútbol. Una actividad en la que la honestidad, el respeto al equipo contrario y el esfuerzo son fundamentales para poder practicarla. Valores que luego aprenden y aplican los jugadores más pequeños a sus vidas y que generan un importante impacto en la sociedad y, sobre todo, en la educación de estos. No obstante, cada fin de semana, lo que podría ser un espacio de formación y disfrute se vuelve un escenario de tensión, faltas de respeto y angustia cuando equipos de diferentes escuelas se encuentran para competir por la victoria.
Todas estas actitudes cuentan con un rasgo en común: los padres. Los progenitores se dejan llevar por la furia del juego y llevan la competición al extremo. La mayoría guiados por unas fuertes aspiraciones hacia sus hijos de conseguir que sean futbolistas. Es en ese momento cuando el juego pierde el sentido. Cuando desaparece el fútbol para dar paso al agobio de unos niños dándoles patadas a un balón causado por las malas palabras de sus padres desde la grada. ¿De verdad piensan que actuar así beneficia a sus hijos?
Así pues, no es extraño hoy en día encontrar insultos y menosprecios en los campos de cualquier ciudad. Estos desprecios van dirigidos a los diferentes actores que conforman el juego, desde entrenadores o árbitros hasta los propios jugadores. Por desgracia, estas actitudes lamentables van en aumento, y se están volviendo una práctica común a medida que pasan los años. Aunque por supuesto, no se puede generalizar, pues no todos los padres son iguales.
Con toda la problemática que rodea a este deporte, cabe preguntarse ¿dónde están los límites? Lo cierto es que, en el fútbol, más que en ninguna otra disciplina, se sobrepasan unas barreras esenciales de respeto. Y lo más preocupante sin duda es la impunidad que acarrean, con muy pocas sanciones o condenas en la mayoría de los casos. El inmoral ambiente ha contribuido a establecer una cultura de normalización de estas actitudes deleznables.
Las soluciones propuestas por La Real Federación Española de Fútbol para prevenir las conductas carentes de deportividad mostradas por los padres de los jugadores son diversas, siendo un punto de partida crucial las reuniones realizadas con el equipo técnico para que puedan comprender el progreso de sus hijos en el campo y su cargo de responsabilidad dentro del estadio. Asimismo, se sugiere la creación de un régimen interno que sería firmado por los jugadores y sus tutores legales, el cual cuente con sanciones que proporcionen unos límites dentro y fuera del campo. De este modo, se promueve que el diálogo es la única solución factible a la hora de resolver un conflicto.
En cuanto al futuro de estas nefastas conductas, a pesar de la conciencia de la necesidad de cambio aún queda mucho camino por recorrer. Estos injustificados gestos trascienden más allá del campo, atravesando la motivación de los menores en el terreno de juego y llevándolos a la desmotivación deportiva. Quienes solamente quieren disfrutar de ese ejercicio que tanto les apasiona y que lamentablemente se convierten en las víctimas, en las armas arrojadizas que respaldan esa violencia tanto verbal como física que muestran los adultos durante los partidos. En definitiva, en el parásito sin fin que atormenta al fútbol base. ¿Hasta qué punto tendrá que llegar la situación para que desaparezca esta lacra de los campos?