El PIB de España cae hasta un 11,6% y el tejido económico nacional muestra síntomas de fragilidad
Existe toda una generación que ha vivido permanentemente en crisis. En 2008 comenzaba una de las depresiones económicas más duras a las que los países desarrollados tendrían que hacer frente. La especulación inmobiliaria hizo saltar por los aires un sistema que no se sostenía por sí solo y que desde sus inicios daba síntomas de fragilidad. España fue uno de los países que más sufrió las consecuencias de este estallido, elevando el nivel de deuda pública a números hasta entonces nunca vistos y al borde del temido “rescate” que amenazaba desde Bruselas.
Tras un lustro de continua caída para la economía española – llegando hasta un 27% de parados –, a partir de 2014 comenzó la recuperación social y económica que progresivamente fue mejorando. Los datos trimestrales (con muy pequeñas variaciones) mostraban una tendencia positiva: el número de parados descendía, los afiliados a la seguridad social aumentaban, el PIB español crecía incluso por encima de la media de la Eurozona y la deuda pública volvía a reducirse. Todo un espejismo y oasis de bonanza que se vio truncada con la llegada de otra crisis.
Cae la economía europea y española
La rápida expansión del virus Covid-19 propició una de las mayores crisis sanitarias conocidas en la historia. El virus, ya hace más de un año, paralizó la vida de medio mundo, y tuvo un reflejo directo en la economía global. A causa de la pandemia el PIB mundial se llegó a contraer más de un 4% en un solo año, pero de manera muy desigual por áreas geográficas y países. La economía china consiguió incluso terminar el año 2020 con un balance positivo y crecimiento de un 2% de su PIB, mientras que la situación económica de la superpotencia estadounidense solo se contrajo un 3,7%. De manera contraria, la Eurozona se desplomaba hasta un 7,5% puntos y la economía española tocaba suelo cayendo un 11,6% su Producto Interior Bruto, cifras que no se recordaban desde la Guerra Civil.
Ante esta situación de vulnerabilidad de la economía española, el Gobierno decidió apostar por un instrumento que de alguna manera sostuviese parte del sistema productivo. Los expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE) se vincularon a la duración del estado de alarma. En abril de 2020, el mes más duro de la pandemia, hasta 3.386.785 personas estuvieron adscritas a algún tipo de prestación de este tipo. Así mismo, el año 2020 cerró con un aumento de 724.532 desempleados más en las Oficinas de Empleo, al margen de los más de 750.000 trabajadores acogidos a un ERTE. Por el momento, esta herramienta ha conseguido frenar una sangría de despidos que, de lo contrario, superaría el récord de desempleados al que se llegó en 2013 con más de 6 millones de españoles sin trabajo.
La crisis a la que ahora asistimos ha puesto en jaque el tejido económico español. La manida frase de que “España es un país de camareros” cobra más fuerza que nunca, y es que lo cierto es que el sector turístico es nuestra principal fuente de riqueza y empleo. Sin embargo, la volatilidad y vulnerabilidad del sector han dejado en evidencia el sistema productivo de España. En 2020 “solo” 18,9 millones de turistas visitaron nuestro país, un 77,3% inferior a los casi 84 millones que llegaron en 2019.
Dejar en manos de un sector tan frágil nuestro sistema económico ha llevado también a una mayor precariedad de los puestos de trabajo. Mucha de la demanda laboral en España viene dada por la temporalidad y así lo reflejan los números. En 2020, una vez acabada la temporada de verano, los adscritos a una prestación a ERTE volvieron a subir y también lo hicieron los parados. Las regiones que más ingresos reciben por el turismo (Baleares y Canarias) son las que mayor contracción económica han sufrido y quienes presentan mayor porcentaje poblacional en ERE o ERTE.
Los jóvenes: los peor parados
A su vez, la encadenación de dos crisis económicas en menos de una década ha hecho tambalear el futuro de toda una generación. Según Eurostat (Oficina Europea de Estadística) España se sitúa a la cabeza en paro juvenil, con casi un 40% de los menores de 25 años sin encontrar empleo. Una tasa que dobla la media de la zona euro (17%) y que está lejos de igualar a las principales potencias europeas – Alemania ostenta un 6,2% de paro juvenil –.
Esto influye en los planes de futuro de los jóvenes. La edad de emancipación cada año se retrasa más y la natalidad en España cada vez presenta datos más alarmantes. Esto se debe en parte a las condiciones laborales y salariales con las que se topan los jóvenes y, por otro lado, a los altos niveles de vida que congregan grandes urbes como Madrid o Barcelona. Según el Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud de España, los jóvenes madrileños tendrían que destinar hasta un 105% de su sueldo para cubrir el alquiler medio de la Comunidad Autónoma de Madrid.
En definitiva, la recuperación económica española para salir de esta crisis vendrá dada por la situación epidemiológica y el ritmo de vacunación. Es cierto que, según datos de la OCDE, España es uno de los países del G20 para los que la recuperación se percibe más rápida: se espera un crecimiento del PIB de un 5,7% para 2021 y un aumento de un 4,8% para 2022. Aún así, todo apunta a que estos datos podrán ser orientativos siempre y cuando las condiciones sanitarias sean positivas para el próximo verano. La reactivación del sector turístico es una de las razones por las que el Gobierno español apresura a Bruselas a ultimar el ya conocido pasaporte Covid-19.
Sin embargo, la problemática parece trascender la frontera sanitaria y va más allá: lo que hace tambalear todo un sistema que no solo afecta al futuro económico del país, sino que también amenaza ya con derrumbar el sistema socioeconómico que engloba nuestro Estado del Bienestar y el legado de millones de compatriotas.