La desigualdad, según la ONU, comprende, más allá de la capacidad adquisitiva, la posibilidad de acceder a servicios de educación, sanidad, la expectativa de vida o de medra social. Organizaciones como el Banco Mundial abordan la desigualdad económica y la reducción de la extrema pobreza fijando en 1,99$ la tasa mínima diaria para sobrevivir, cifra que no se ha movido apenas desde los 90 y que según muchos estudios de organizaciones no gubernamentales han demostrado que este mínimo se fija en 8$. Sin embargo, siguiendo la definición del Nobel Amartya Sen, la desigualdad económica es complementaria a otras desigualdades: social, política o de género.
Siendo este un concepto tan ambiguo, debemos buscar medidores concretos. El Índice de Gini es un coeficiente estadístico que mide la desigualdad. Su efectividad se debe al uso de los parámetros de “renta” y “población”, ambos porcentuales. Sin duda, el medidor está limitado y no aborda con plenitud las distintas representaciones de la desigualdad. No obstante, debemos asumir que, principalmente, la mayoría de desigualdades dependen directa o indirectamente del reparto de la renta de un país entre su población.
El Coeficiente de Gini es un medidor entre 0 y 1, siendo 0 muestra de la perfecta igualdad y 1 la representación de la desigualdad máxima.
El índice de desarrollo humano (IDH) es un indicador del desarrollo humano por país, elaborado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Es un indicador sintético de los logros medios obtenidos en las dimensiones fundamentales del desarrollo humano, a saber, tener una vida larga y saludable, adquirir conocimientos y disfrutar de un nivel de vida digno. El IDH es la media aritmética de los índices normalizados de cada una de las tres dimensiones.
El índice de pobreza humana (IPH) se define como un indicador compuesto que mide las privaciones en tres dimensiones básicas del IDH: una vida larga y saludable, conocimiento, y un estándar decente de vida.
La desigualdad económica: causas y consecuencias
Tras haber asistido a las consecuencias de la crisis económica de 2008, aún vigentes en muchos aspectos, varios países de Europa han sufrido una escalada de desigualdad. Según Oxfam Intermón, el caso más palmario es el de Grecia, seguido de cerca por Portugal. Esto quiere decir que en el proceso de recesión y recuperación, la población enriquecida ha mantenido o visto crecer su riqueza, mientras que los sectores más pobres se han empobrecido más aún. Tal es el caso de España, el cuarto en el ranking de países con mayor desigualdad en Europa, y el segundo Estado europeo en el que la desigualdad más ha aumentado en los últimos años, por detrás de Bulgaria.
Mapa interactivo. índice de Gini. Elaboración propia.
Los números dicen que la deuda española encogió hasta el 96,9% del PIB en el año 2018 y el FMI prevé que siga encogiendo durante el año 2020. La reducción, aunque pequeña, es una buena noticia. Así lo es también, por ejemplo, el aumento de España en la cuota de mercado de las energías renovables, llegando hasta el 20% este año. Este tipo de variables, más alejadas de las que normalmente se manejan, son importantes para contabilizar la calidad de vida en un país, si es que esto puede llegar a contabilizarse. Solo podemos intentar traducir estos datos macroeconómicos de modo que nos arrojen una idea de cómo repercutirá en la población.
Pero la desigualdad no entiende de blancos o negros. Datos en teoría positivos como la generación de empleo, deben ponerse en entredicho: la tasa de temporalidad en España se sitúa en el 26,8%, muy por encima de la media europea donde se registra un 14,2%. La temporalidad, que suele ir ligada a precariedad, parece que ha llegado para quedarse, pues la tendencia se mantiene desde el año 2014. Los más castigados, además, son los jóvenes, ya que la mitad de ellos (50,8%) tienen un contrato de estas características. La clase media, eje del Estado del Bienestar, es hoy como un barco que navega en aguas rocosas. Sin ella, solo queda el capitalismo más depredador y un Estado a su servicio.
La desigualdad social
Como hemos dicho, los datos macroeconómicos y el Índice de Gini son nuestras principales herramientas para medir la desigualdad. Por un lado, según Oxfam Internacional, los pronósticos no son muy halagüeños. La clase media y baja de nuestro país se verá completamente libre de los efectos de la crisis en 11 años. Por el otro lado, debemos remitirnos a la inexactitud y a la imagen incompleta que dan estos parámetros, es decir, la igualdad económica no supone necesariamente la igualdad social.
La igualdad de oportunidades, según afirma la OCDE, es muy limitada en España. Los cálculos reflejan que para que la población española que se encuentra entre el 10% más pobre entre en la afamada “clase media” hacen falta cuatro generaciones. Traducido a números, un total de unos 120 años.
La cosa se pone aun peor si analizan datos de colectivos minoritarios, como puede ser el caso del pueblo gitano, con una población que oscila entre los 600.000 y los 800.000, en la que la brecha social es mucho mayor que la de la ciudadanía española. Además, la desigualdad en España es asimétrica a lo largo del territorio, destacando que las Comunidades septentrionales son considerablemente menos desiguales que las del sur.
La clave para equilibrar esta desigualdad social en España se fundamenta en la educación. En este apartado, España sí que puede presumir de tener una tasa de alfabetización de casi el 100%. Sin embargo, también se coloca en los primeros puestos de los rankings de abandono escolar. Este hecho se da sobre todo en el mundo gitano, donde se estima que solo el 4% de la población gitana cursa estudios superiores a secundaria.
Gráfico de PIB per cápita de las Comunidaes Autónomas. Fuente: Elaboración propia.
La desigualdad de género
Este tipo de desigualdad, aunque persiste en el tiempo, ha sido recientemente incluida y estudiada como una de las principales diferenciaciones que asolan nuestra sociedad. Tiene como consecuencia el afectar a determinados grupos sociales de una manera más significativa. En este caso se trata de la mitad de la población y es que el rol de la mujer en la vida laboral, así como después de ella, continúa distando a la del hombre en numerosos casos.
Según datos de la UGT, en España, las mujeres ganan un 22,35% menos que los hombres por ejercer el mismo puesto de trabajo (algo que es ilegal) por lo que, en reiteradas ocasiones, desde el sindicato se ha solicitado al gobierno medidas más duras contras estas actuaciones tan extendidas. Aparte de la diferencia salarial, según el INE, las mujeres tampoco son protagonistas en puestos elevados, como en los Consejos de Administración de empresas del IBEX-35, donde, en comparación con los hombres, están representadas un 22,2% menos. Estas diferencias también se hacen patentes en las jubiladas, cuyas pensiones, según indica la UGT en otro estudio, son inferiores en un 37,79% con respecto a los hombres.
Gráfico de la brecha de género en los sectores profesionales. Fuente INE. Elaboración propia
Finalmente, otro dato que da evidencias de las dificultades de las mujeres en cuanto al acceso laboral y, por tanto, aumenta la desigualdad económica entre ambos géneros es la tasa de desempleo de las jóvenes menores de 25 años, que, en septiembre de 2019, fue de un 33,8%. Una gran diferencia entre las oportunidades de hombre y mujeres que se suma el a la existencia de los techos de cristal y las desigualdades económicas que, a día de hoy, continúan siendo una constante.
¿Cómo combatimos la desigualdad en el futuro?
Sin duda el porvenir es incierto, pero alcanzado el Estado del Bienestar en la mayoría de países occidentales, el siguiente paso lógico sería perfilarlo y mejorarlo a nivel interno y, sobretodo, exportarlo a otros países cuyas circunstancias históricas han sido menos favorables. En este sentido, Oxfam Intermón, propone la fomentación de proyectos de cooperación y desarrollo, garantizar ayuda en emergencias humanitarias y facilitar el acceso a recursos básicos dentro y fuera de nuestras fronteras. Internamente debemos velar por reducir la brecha salarial, a nivel de género pero también a nivel de estrato social.
Por último, no debemos olvidar que el 60% de las migraciones del planeta se producen por crisis medioambientales. El desarrollo sostenible y las políticas de protección medioambientales no sólo son una medida para paliar la desigualdad a largo plazo, sino una necesidad inmediata para evitar que millares de personas abandonen sus lugares de origen y permanezcan allí fomentando su crecimiento. La igualdad absoluta puede ser una utopía, pero no hay que escudarse en ello para no intentar reducir la desigualdad. No se habla de un sueño imposible, aquí están los datos, se han visto sus causas y consecuencias, solo queda actuar.